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El modernismo y el caso Medardo Angel Silva

Es turbador imaginar la figura casi infantil de Medardo Ángel Silva, poeta ecuatoriano que nació en el Guayaquil de 1898 y que apenas pudo cumplir los 21 años debido a una muerte prematura todavía no completamente esclarecida'!

 

Si tomamos sus poemas juveniles como lugar donde buscar el fundamento de ese impulso vital inicial que lo define por la escritura, resulta conmovedor ver que en ellos la voz lírica aparece signada por una especie de envejecimiento acelerado, desdicha prematura y un enamoramiento feroz hacia la muerte. Uno no alcanza a entender cómo pudo este joven --casi un niño-- costeño, que vivió en medio de limitaciones materiales marcadas por la pobreza y la orfandad, erigir un universo lírico tan extraño para su edad y su trópico ecuatorial, cómo fue capaz de inventar un mundo poblado por recurrentes llamados a la muerte, acosado por fantasmas del suicidio, apabullado por recovecos imaginarios europeos que él conocía solo de oídas o como producto de sus lecturas, desafíos encantatoríos de otros tiempos y de otras civilizacio nes. Hay, sin duda, algo rRro en esta obra de artificio literario que nos ha legado Silva.

 

En la conferencia de recepción del Premio Nobel de Literatura, en 1990, Octavio Paz cuenta que la niñez es el tiempo ideal para establecer aquellos lazos que hacen posible la unión con el mundo y con los otros.2 Pero no es fácil imaginar -si nos atenemos a la lectura de sus primeros poemas- la niñez de Silva, cargada de responsabilidades intelectuales y afectivas. Uno ve, en esos primeros poemas, la formación de un mundo tan artificial que verdaderamente estremece saber que Silva tenía 15 años cuando empezó a enviar sus poemas

a los periódicos para que se los publicaran; los editores de entonces no lo hicieron porque creían que se trataba de una farsa pues, según ellos, un niño no podía haber escrito esos poemas:

 

En la mencionada conferencia, Paz insiste en el tipo de fantasía y encantamiento que supone el paso por la niñez, donde todo momentáneamente parece ser posible. Para el mexicano, el fin del encanto está ligado a la vida adulta que sería «la aceptación de lo inaceptable: ser adulto», lo que demanda, además, la «expulsión del presente». 4 Parecería ser que en Silva su expulsión del presente se da en la niñez y que él, desde tal condición, se ve forzado a fabricar un imaginario adulto, de tiempo presente, estrecha y constantemente ligado a la  muerte, al desengaño, a la frustración. Se intuye algo en la vida interior de Silva que, demasiado pronto, lo lleva a actuar como adulto cuando en verdad es aún un niño.

 

Próspero Salcedo McDowall, uno de los primeros críticos que vio que Silva era un autor que debía ser tomado en cuenta, se pregunta en 1916: «¿De dónde vino Silva?».5 Numerosos recuentos biográficos ponen en evidencia el  hecho de que la corta vida del poeta estuvo caracterizada por la desposesión; el mismo Salcedo continúa: «Hay algo de grave en la vida de Silva; es pobre, muy pobre». Y más adelante sentencia: «Para juzgar a Silva como poeta, me basta saberIo pobre y huérfano».6 Esa orfandad, sin embargo, no era literaria; era de otra matriz; muy pronto Silva se acoge a la lectura de los poetas simbolistas franceses y, se sabe, disfrutó y aprendió de la lectura de Rubén Daría, Amado Nervo, Julio Herrera y Reissig. Esta es, según los testimonios de sus camaradas de la época, la tradición en la que el joven poeta empieza a componer su obra. 

Medardo Angel Silva

1898 - 1919

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